El Octubre (1927) de Eisenstein es la película más importante jamás producida sobre 1917. Lo que mucha gente no sabe es que resultó censurada personalmente por Stalin que ya no aceptaba la obra de John Reed que acabaría siendo prohibida.
Con la revolución el cine soviético interrumpe la producción de películas basadas en argumentos patrióticos e históricos, las adaptaciones literarias y los folletines de la época zarista. La revalorización y el impulso de los documentales y noticiarios van a cambiar las fórmulas creativas, con ideas y métodos nuevos. Junto con las escuelas de vanguardia promovidas por Vertov, el FEKS y Kulechov, están las aportaciones de los grandes maestros como Eisenstein, Pudovkin y Dovjenko…
Los líderes bolcheviques tenían una idea sobre la capacidad cultural y educativa del cine, tan precisa como la que tuvo la Iglesia católica que se introdujo inmediatamente en el medio, incluso creó sus propias productoras. Esta conciencia la expresará Lenin, al declarar “De todas las artes el cine es para nosotros la más importante.” En primer lugar, y sobre todo, Lenin quería decir que el cine debería proporcionar al nuevo régimen revolucionario su arma más efectiva de agitación, propaganda y educación. Era lo más parecido a la “enorme palanca” que Trotsky reclamaba mientras contemplaba una pelea entre los propios portuarios de Cádiz, donde, allá a finales de 1916, estaba a punto de embarcarse para los Estados Unidos. A pesar de las enormes dificultades materiales –Rusia no tenía ninguno de los elementos que permitían el cinematógrafo, lo tenía que comprar todo-, la revolución no tardó en producir sus propias películas, una hornada mítica de aportaciones fruto del encuentro entre las vanguardias artísticas y la revolución, entre los que destacan tres que pueden ser quizás las más representativas: El acorazado Potemkin, La madre y El hombre de la cámara.
El fermento experimental que siguió a la revolución de octubre de 1917 llevó a la Unión Soviética a la vanguardia artística del cine mundial en la década de los 20. Sin embargo, a finales de 1927 sucedió algo que podía parecer ajeno al cine pero que no lo era: el ascenso de Stalin en la cúpula de una dirección que mandaba en un partido que, a su vez, era el que sostenía el Estado. Fue en Octubre de 1927 que tuvieron lugar las últimas manifestaciones permitidas de una oposición que seguía representado el partido de la revolución. Se había cumplido diez años desde aquel Octubre en el tuvo lugar la toma del Palacio de Invierno, y hacía tiempo que se venían rodando varias películas para celebrar el evento, siendo la más importante Octubre (1927), de Serguei M. Eisenstein, en la que, tal como se venía contando en todas las historias de 1917 hasta entonces, Trotsky tenía el papel más importante junto con Lenin.
El resultado es conocido por todo el mundo, Eisenstein realizó una película, discutible por muchos conceptos, pero que se erigió, sin la más mínima duda, en la más importante y también la mejor de todas cuantas se han realizado sobre la revolución de 1917 hasta el presente. Este Octubre contenía una triple virtud: --1) abordar un hecho histórico confiriéndole un carácter mítico que sedujo a varias generaciones (muy significativas en este sentido son las notas del diario de André Gide, evocando una visión que influyó notablemente en su evolución hacia el ideal comunista); --2) ser en sí misma un hecho histórico que trasciende su carácter fílmico, y --3) ser un reflejo histórico de un momento muy preciso: el ascenso en solitario de Stalin como líder providencial. Conviene observar que el testimonio de John Reed (el mejor que se haya hecho sobre cualquier revolución) fue el escogido para representar el acto fundacional del Estado soviético. Hasta entonces no se había efectuado ninguna rectificación de su famoso libro Diez días que conmovieron el mundo, que no por casualidad fue rigurosamente prohibido bajo Stalin, y permitido desde Jruschev con unas anotaciones que casi desmentían la verdad del texto. A la hora de elaborar el guión, como en el rodaje, nadie se cuestiona el papel protagonista del acontecimiento por parte de Trotsky, y la relevancia de otros personajes como Grigory Zinóviev o Antonov-Ovseenko, quien será finalmente el único de los artífices de que --con la excepción de Sverdlov, fallecido en 1922--, permanecen por unos momentos en el montaje final, en tanto que Trotsky queda reducido a un gesto negativo, se opone al planteamiento de Lenin en el punto de la insurrección aunque automáticamente vota a favor. Tampoco se le ocurrió entonces a nadie incluir a Stalin entre los protagonistas, no constaba salvo en un par de alusiones, como su nombramiento en tanto que Comisario de las Nacionalidades. Ulteriormente, ya no habrá ninguna otra película soviética –y por supuesto, pintura o libro de historia-- sobre los acontecimientos, que no lo coloquen a Stalin al lado de Lenin, o por encima de éste. Mientras que se está haciendo la película, Trotsky, que había desistido en utilizar el Ejército que había creado a su favor, ya había sido condenado (1924) por "desviación pequeño burguesa", y destituido de sus cargos militares (1925).
El 27 de diciembre de 1927, Trotsky será expulsado del partido, luego desterrado a Alma-Ata, hasta el destierro final (1929). Cuando se estaba celebrando el desfile oficial del aniversario, Trotsky y la oposición de izquierdas son fervorosamente aplaudidos desde el público próximo al “podium” de Stalin. Según el codirector de la película, Grigory A. Aleksandrov, fue el propio Stalin en persona el que visitó los laboratorios para indicar los cortes relacionados con Trotsky, y uno que mostraba a Lenin bajo "enfoque insatisfactorio". Al final, de propio 49.000 metros de cinta se utilizaron solamente 2.800. Esta reducción provocó un radical desequilibrio en el montaje que, además, tuvo que hacerse con toda premura. En un artículo sobre la cuestión, Ángel Fernández Santos se interroga sobre la cuestión en los términos siguientes; …
Adonde están los restos, si es que no han sido quemados, de la hora larga que Stalin mandó amputar de Octubre, dejando a la genial película completamente desmedulada y coja. Y a continuación, sintetiza así su versión de lo que algunos considera el mayor ejemplo de censura (aunque peor hubiera sido sí Viridiana llega a desaparecer como pretendió Franco): Cuando en 1925-1926 Einsenstein rodó Octubre todavía León Trotsky era universalmente indiscutido como supremo estratega y conductor de la Revolución de Octubre de 1917 en San Petersburgo, pero año y medio después, cuando iba a estrenarse la película, Stalin ya había decidido borrarle del mapa de la historia de Rusia y ordenó arrancar de las bobinas, que abarcaban más de tres horas de metraje, cualquier huella de Trotsky. Más de una hora de genio cinematográfico se hizo así humo, invisible humo. Quedaron únicamente a salvo dos pequeñas hilachas, que se filtraron entre las prisas de la burocracia soviética por acabar con aquella vulneración de la verdad artística e histórica: se les escapó la inconfundible presencia de aquel hombre de gafitas estilo "quevedo" que hay junto a Lenin en la escena del retorno de éste de Finlandia hacerse cargo del mando de la sublevación de Petrogrado; y se le coló también el instante, casi visto y no visto, en que, entre un abrir y cerrar de puertas, se ve a un hombre joven de pelo negro encrespado, inclinado sobre una mesa, firmar y firmar frenéticamente orden tras orden en un despacho del instituto Smolny, cuartel general del líder del Octubre real, arrancado por Stalin del Octubre cinematográfico. Estas líneas pertenecen al artículo "El cine invisible" (Cinemanía nº 34, octubre 1998). Su autor, Ángel Fernández Santos publicó en uno de los primeros números de Ruedo Ibérico, un memorable trabajo sobre las ideas de Trotsky sobre el arte y la cultura en la que se ofrecía información sobre la corriente largocaballerista durante la Segunda República…
Por otro lado, resultan cuanto menos curiosos algunos comentarios políticos insertos sobre la película en trabajos de especialistas, como el de Augusto M. Torres en Videoteca básica del cine (Alianza Ed., Madrid, 1993), que compara el caso de la desaparición de Trotsky en el metraje con unas opiniones actuales "que conceden mayor importancia a Kerenski que a Lenin" (p. 418), algo absolutamente descabellado incluso desde el punto de vista reaccionario que busca de enfocar Octubre como una obra escrita por Lenin (vean sino cualquier documental reciente). O el de José Mª Caparrós, que en 100 películas sobre historia contemporánea (Alianza Ed., Madrid, 1997), hace sostener a Trotsky "que un régimen comunista en un solo país era una anomalía y que la revolución proletaria únicamente se salvaría cuando el mundo entero hubiera sido encaminado por esa vía" (p. 205), cuando sería mucho más preciso decir que la revolución rusa fue concebida como un "prologo" a la extensión de la revolución al menos en algunos de los países industrializados.
El lector interesado en mayores detalles sobre la película, los obtendrá en el trabajo de Esteve Riambau, "Octubre, un doble reflejo de la historia", incluido en La historia y el cine (Ed. Fontamara, 1983).